Los usos y costumbres a través de los tiempos hacen que las denominaciones con que conocemos a muchas cosas vayan variando de connotación. Las colonias Pibes y Mujercitas uno de los regalos impostergables de los cumpleaños durante los ’80 lanzó al mercado una versión para adolescente un perfume denominado Paco. Hoy, en los umbrales del siglo XXI, a ningún especialista en marketing se le ocurriría utilizar ese nombre para un producto y mucho menos si este está orientado a los jóvenes, por el nombre con que se conoce vulgarmente a la droga que hoy es un flagelo entre las clases más bajas en el conurbano bonaerense.
A mediados de los 90 había una golosina denominada Pete, una especie de chupetín, tipo gomitas, con forma de chupete en relación al nombre con que los niños denominan a este adminículo cuando comienzan a expresarse y se lo piden a sus padres. Esa denominación tan tierna hoy en día sería impensable por la acepción que tiene pete en relación a un acto sexual.
Existen innumerables ejemplos de denominaciones que por el uso o el mal uso del lenguaje terminan sufriendo este tipo de connotaciones negativas. En mi pueblo durante los principios de los 90 existía un grupo de rock denominado La Corte Marcial, hoy con el desprestigio de lo militar y justamente con la antinomia inevitable que tiene todo lo castrense con el rock, sería impensable que una banda se denomine así porque es lo contrario a la esencia del género.